La muerte es un tema difícil de enfrentar, y muchas veces
también difícil de tratar. Me parece que un factor que influye enormemente son
las circunstancias de la misma.
Creo que es la primera vez en la que estoy en un velorio donde no se cuentan chistes… y lo digo con extrañeza, porque los mexicanos somos muy dados a burlarnos de la muerte en muchas formas, que incluyen la típica batería de chistes durante el velorio. Sin embargo, tal vez las circunstancias atenuaron este tradicional empeño.
Creo que es la primera vez en la que estoy en un velorio donde no se cuentan chistes… y lo digo con extrañeza, porque los mexicanos somos muy dados a burlarnos de la muerte en muchas formas, que incluyen la típica batería de chistes durante el velorio. Sin embargo, tal vez las circunstancias atenuaron este tradicional empeño.
No obstante, persistió otra situación que es típica de estos
ritos: los reencuentros. Es algo triste que tengamos que esperar a estos
eventos para volver a ver a mucha gente que queremos, o para estrechar lazos
que estaban algo flojos. Las familias y los amigos se separan por
circunstancias misteriosas que nadie sabe explicar con claridad. Pero estos
eventos suelen reforzar los lazos. Algo que al final, es bueno, pero lamentable
que espere hasta momentos como estos.
Esta ocasión la persona que partió, era uno de mis
familiares más cercanos: mi prima hermana. Una persona de la que solo recibí
cariño desde que tengo memoria, con quien sin embargo, como antes decía, y por
razones que no se explicar, existió cierta distancia durante mucho tiempo a
pesar del afecto que siempre se mantuvo. El cáncer que padecía nos acercó de
nuevo, pero a partir del anuncio de su aparición, su tiempo estaba ya contado.
Admiro tremendamente la valentía con que enfrentó la noticia, admiro sobre todo
la lucha que sostuvo desde entonces, para mantener esperanza y para tratar de
vivir siempre con alegría, su enorme fortaleza que transmitió a toda la
familia. Una lucha de más de un año, en la que el cáncer ganó la batalla.
Me parece que esto fue el principal pegamento en los ritos
mortuorios. Esta forma de vivir admirable, aunada al hecho de que mis dos
sobrinos adolescentes, sus hijos, quedaban sin sus dos padres. Quizás es lo que también generó una luz
diferente en la gente que asistió al velorio. Donde cada lágrima derramada por
los chicos, despertaba siempre el corazón y la preocupación de todos los que asistimos. Hacía tiempo que
no sentía tanta energía positiva y llena de amor concentrada en un solo sitio.
Y por ello es la primera vez que justifico totalmente la existencia de los velorios,
pues el ambiente se cargó de buenas intenciones y de afecto para los chicos y
para mis tíos (los padres de mi prima que le sobreviven y que hace muchos años
ya habían perdido a su hijo más pequeño en la plenitud de su edad), y para mis
primos. Me parece que cada uno tratamos de transmitir fortaleza y amor para
ellos. Esta vez, es la primera vez que veo y siento que la suma de todos los
asistentes dio esta sensación inequívoca de afecto colectivo.
Mi familia es rara, sobre todo esta rama, pues es enorme y
por ello no todos hemos podido conocernos bien. Y digo rara por qué siempre nos
volvemos a ver para cosas como estas, pero no necesariamente nos buscamos en
circunstancias más normales. Ayer una de mis primas me decía que con una
familia tan grande, se piensa uno mucho hacer una boda e invitar a todos, lo
que siempre implica vivir con las consecuencias de que alguno no lo tome muy
bien y guarde cierto resentimiento de no haber sido requerido. Pero en momentos
como estos dejamos atrás cualquier cosa molesta y tratamos de estar todos
juntos, algunos incluso emprendiendo viajes desde tierras más lejanas para
estar ahí unos minutos y hacer sentir la fuerza de estar unidos. En este caso, después
de tantos años, fue algo un poco extraño que tuvieran que presentarnos entre
varios de nosotros para saber que somos parientes, y sin embargo, después de
reconocerse las cosas fluyen de inmediato entre nosotros como si nunca hubiera
existido distancia.
Hay momentos en que la muerte es un regalo de liberación, cuando la enfermedad genera un sufrimiento desgastante
previo a la consumación. Donde por más difícil que sea la resignación puede
llegar algo más rápido, por la aceptación del cese de sufrir de la persona que
queremos, Hay otros donde la muerte llega de forma inesperada, cuando todo
parece ir perfectamente. En este caso, aceptarlo es mucho más lento y difícil,
a veces incluso esa aceptación nunca llega y el dolor persiste. Las mayor parte
de las religiones marcan este paso como un paso hacia un mundo mejor, incluso
digno de celebrarse. Algunos ritos celebran este paso de forma extrema con
fiestas interminables llenas de algarabía, otros celebran la vida de la persona
antes de partir, tratando de resaltar los mejores momentos que esta tuvo
hablando mucho de ello por turnos, quizás para tratar de poner algo de alegría
en esa tristeza profunda. Muchos otros, se vuelcan a la oración conjunta y
permanente para tratar de librar el camino de la persona hacia su siguiente
etapa. Se dice que los ritos son para los que parten, pero en muchos aspectos,
son sobre todo para quienes se quedan con el dolor de la pérdida.
Es complejo decir que funciona mejor, es imposible hallar
una fórmula universal. Pero lo cierto es que la fuerza de un abrazo sincero y
lleno de afecto, puede ayudar a equilibrar un poco las cosas, que puede ayudar
a liberar las lágrimas necesarias que servirán para enjuagar el alma y también
en muchas ocasiones, para recargar la pila de quienes se mantienen resistiendo
el dolor que tanto desgasta. Cierto es también, que lo que se recibe mejor depende de la
cercanía y el conocimiento de quienes se hacen presentes en estos ritos. No
digo que reparen por completo un corazón roto, que se siente roto por la
pérdida, pues cada quien tiene su propia velocidad de sanación y su tiempo y
forma de duelo, pero creo que ayudan un poco.
Esta, como les decía, es la primera vez que veo este efecto
en un velorio, y he ido a varios. Siempre me he quejado de ellos pues típicamente
en la mayor parte de los que he ido, quien fallece, y sus familiares cercanos
parecen ser lo menos importante, la fuerza de la celebración de los
reencuentros, las conversaciones chismosas y los siempre presentes chistes (hasta
esta ocasión excepcional), suelen ocupar el espacio y la energía de los
asistentes.
Tal vez sea tiempo de plantearse varias cosas: la primera y
más importante, él porque asistimos y si estamos listos para compartirnos y
comprender las circunstancias de los que se quedan, incluso reflexionar si
tenemos la cercanía suficiente para lograrlo; la segunda, porque esperar tanto
a los reencuentros que podrían darnos más si tratamos de anticiparlos; la
tercera, tal vez implica voltear un poco a nosotros mismos para darnos cuenta
si estamos pasando el tiempo suficiente con las personas que queremos y por
último, que es inevitable reflexionar en estos casos, si estamos realmente
haciendo de nuestra vida algo que valga la pena, si la estamos viviendo con amor,
con la fuerza y empeño suficientes; seguro si es así, cuando nos llegue el
momento tendremos mucho de este afecto como regalo de partida, que estoy seguro
que no viene nada mal para emprender el camino hacia donde sea que siga después
de aquí.
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