En México aun se piensa que las lágrimas son
predominantemente de uso exclusivo de las mujeres y los niños que no saben
confrontar la vida. Esta establecido como un pecado mayor ver a un hombre
derramar una lágrima, salvo en aquellos casos en que Pedro Infante nos ha
regalado la posibilidad de derramar torrentes de dolor, al amparo de una
botella de tequila consumida en su totalidad, derivado de la irremplazable pérdida
de una madre o una abuela que figuraba como el eje de una vida.
Un hombre sin embargo llora, tanto o más que una mujer, y al
contenerse para hacerlo se consume lentamente.
Las lágrimas lavan el alma y el cuerpo. Dejan una enorme claridad
en la vista, la renuevan como cuando limpias un parabrisas lleno de polvo, a
través del cual estabas seguro de ver claramente antes de pasar un trapo húmedo.
Dejarse llorar es una decisión, aunque a veces una lágrima
aparece tan sorpresiva como una brisa fresca o como un asalto a mano armada. Se
detona en los recuerdos y en dolor del alma, en el exceso de risa o en la
alegría más profunda.
Se dice que quien más llora dura poco, yo creo al revés, que quien más llora dura
mucho, que incluso es una medida preventiva contra el cáncer, que el agua
derramada se lleva los residuos poco a poco, como quien tira una cubeta de agua
sobre el piso mugroso para que fluya la mugre hacia el desagüe.
Pero hay que saber llorar. Y no me refiero con esto al uso
de una técnica para hacerlo, sino a saber dejar que fluya, a saber con quien
hacerlo.
A veces vale llorar hacia adentro, porque lo que necesita limpiarse es el alma,
y el sabor de los recuerdos o de un dolor tan fuerte que es imposible localizar
su fuente; cuando es necesario aceitar la maquina interna para seguir adelante,
usando cada lágrima como combustible para que el motor de otro paso hacia
adelante; llorar con uno mismo, para uno mismo y por uno mismo.
Las otras sin embargo, hay que hacerlo hacia afuera, para
lavar los ojos que aun guardan el espectro grabado del bien o la persona
perdida, para que esas lagrimas sirvan
como capa protectora para poder voltear a ver hacia el sol; para que al deslizarse
sobre tu cara humecten los pequeños surcos que la tristeza o el coraje han
dejado sobre tu piel, a fin de que estas no se conviertan en huellas indelebles
y definitivas. Hay que llorar hacia afuera para compartir este desahogo, con
alguien que también necesita verte llorar para saber que sientes y para darle la
oportunidad de abrazarte y darte ánimo,
para permitirle cercanía y para poder mostrarte su lealtad y su cariño.
Para compartir el peso de algo que es muy difícil de cargar solo.
Sea como sea, lo importante es llorar lo suficiente, poco a
poco, o como una tormenta de mayo, pero
completo. Llorar largamente y de manera extenuante para encontrar descanso al
final, tirar una cascada tan larga o un pequeño hilo, tan largos y gruesos como
enorme sea el motivo, y tantas veces como sea necesario. Se juzga muchas veces
que llorar es para los débiles, yo creo que se necesita mucho valor para
hacerlo. Pero lo más importante es hacerlo cuando lo necesitas.
Si piensas que esto ultimo es complicado, me viene a la
mente una vieja imagen parte de un libro clásico: Miguel Strogoff. Recuerdo que
cuando es capturado por el Gran Khan de los tártaros este lo condena a perder
acercando a sus ojos un sable caliente, al rojo vivo para
quemar los mismos. El visualizando a su
madre entre la multitud, la cual está obligada a permanecer en silencio para no
delatarse, llena sus ojos de lágrimas conmovido por la posibilidad de no volver
a verla en su vida, de haber podido salvar si identidad con este sacrificio. La capa de lágrimas impidió que el sable
caliente cumpliera su cometido, actuando como protección y evitando que el pierda
la vista de forma definitiva, pues gracias a esto, más adelante en la historia
recupera la visión. Date cuenta, llorar
algunas veces puede salvar la vida, puede reflejar valor; o como en este caso,
simplemente te permite hacer una pequeña pausa, pues aunque las lágrimas te
nublen un poco la visión en el momento, mas adelante podrías recuperar la vista del
camino y seguir adelante hacia donde querías ir.