domingo, 11 de noviembre de 2012

El poder de una lágrima


En México aun se piensa que las lágrimas son predominantemente de uso exclusivo de las mujeres y los niños que no saben confrontar la vida. Esta establecido como un pecado mayor ver a un hombre derramar una lágrima, salvo en aquellos casos en que Pedro Infante nos ha regalado la posibilidad de derramar torrentes de dolor, al amparo de una botella de tequila consumida en su totalidad, derivado de la irremplazable pérdida de una madre o una abuela que figuraba como el eje de una vida.

Un hombre sin embargo llora, tanto o más que una mujer, y al contenerse para hacerlo se consume lentamente.

Las lágrimas lavan el alma y el cuerpo. Dejan una enorme claridad en la vista, la renuevan como cuando limpias un parabrisas lleno de polvo, a través del cual estabas seguro de ver claramente antes de pasar un trapo húmedo.


Dejarse llorar es una decisión, aunque a veces una lágrima aparece tan sorpresiva como una brisa fresca o como un asalto a mano armada. Se detona en los recuerdos y en dolor del alma, en el exceso de risa o en la alegría más profunda.

Se dice que quien más llora dura poco,  yo creo al revés, que quien más llora dura mucho, que incluso es una medida preventiva contra el cáncer, que el agua derramada se lleva los residuos poco a poco, como quien tira una cubeta de agua sobre el piso mugroso para que fluya la mugre hacia el desagüe.

Pero hay que saber llorar. Y no me refiero con esto al uso de una técnica para hacerlo, sino a saber dejar que fluya, a saber con quien hacerlo.

A veces vale llorar hacia adentro,  porque lo que necesita limpiarse es el alma, y el sabor de los recuerdos o de un dolor tan fuerte que es imposible localizar su fuente; cuando es necesario aceitar la maquina interna para seguir adelante, usando cada lágrima como combustible para que el motor de otro paso hacia adelante; llorar con uno mismo, para uno mismo y por uno mismo. 

Las otras sin embargo, hay que hacerlo hacia afuera, para lavar los ojos que aun guardan el espectro grabado del bien o la persona perdida,  para que esas lagrimas sirvan como capa protectora para poder voltear a ver hacia el sol; para que al deslizarse sobre tu cara humecten los pequeños surcos que la tristeza o el coraje han dejado sobre tu piel, a fin de que estas no se conviertan en huellas indelebles y definitivas. Hay que llorar hacia afuera para compartir este desahogo, con alguien que también necesita verte llorar para saber que sientes y para darle la oportunidad de abrazarte y darte ánimo,  para permitirle cercanía y para poder mostrarte su lealtad y su cariño. Para compartir el peso de algo que es muy difícil de cargar solo.

Sea como sea, lo importante es llorar lo suficiente, poco a poco, o como una tormenta de mayo,  pero completo. Llorar largamente y de manera extenuante para encontrar descanso al final, tirar una cascada tan larga o un pequeño hilo, tan largos y gruesos como enorme sea el motivo, y tantas veces como sea necesario. Se juzga muchas veces que llorar es para los débiles, yo creo que se necesita mucho valor para hacerlo. Pero lo más importante es hacerlo cuando lo necesitas.

Si piensas que esto ultimo es complicado, me viene a la mente una vieja imagen parte de un libro clásico: Miguel Strogoff. Recuerdo que cuando es capturado por el Gran Khan de los tártaros este lo condena a perder acercando a sus ojos un sable caliente, al rojo vivo para quemar los mismos.  El visualizando a su madre entre la multitud, la cual está obligada a permanecer en silencio para no delatarse, llena sus ojos de lágrimas conmovido por la posibilidad de no volver a verla en su vida, de haber podido salvar si identidad con este sacrificio.  La capa de lágrimas impidió que el sable caliente cumpliera su cometido, actuando como protección y evitando que el pierda la vista de forma definitiva, pues gracias a esto, más adelante en la historia recupera la visión.  Date cuenta, llorar algunas veces puede salvar la vida, puede reflejar valor; o como en este caso, simplemente te permite hacer una pequeña pausa, pues aunque las lágrimas te nublen un poco la visión en el momento,  mas adelante podrías recuperar la vista del camino y seguir adelante hacia donde querías ir.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Compartes o conservas tus recuerdos?

Suele suponerse que cuando las personas hablan mucho de un antiguo amor, problema o situación, es porque no  quieren o no pueden olvidarlo. Contrariamente creo que es una forma en la que el recuerdo se desgasta: mientras más lo compartes,  más lo sacas de ti, más lo  liberas a través de las palabras. ¿No te ha pasado que una vez que platicas más de dos veces cualquier anécdota tuya, sobre todo aquellas divertidas o emocionantes, dicha emoción se diluye y poco a poco va perdiendo brillo y se desluce? Me parece que es igual con cualquier cosa que compartes muchas veces, más aun cuando lo cuentas sin reserva alguna, porque cada recuerdo escondido en  lo profundo, cada detalle atorado en las entretelas de los sentimientos,  al compartirlo tanto  deja de formar parte de tus dejos recurrentes, de tu valiosa colección de trampas de la nostalgia,  de tus sensaciones reservadas para aparecer como sorpresa y lastimar en el momento  en el que menos te lo esperas.  Así que comentarlo, compartirlo mucho puede parecer una mejor alternativa para irlo dejando atrás.

Precisamente callar y nunca compartir estos recuerdos, es una forma de atesorarlos, pues no se desgastan, esta fórmula permite que siempre  conserven su brillo y luminosidad, su emoción intacta cuando son evocados… porque recuerdos como estos son los tesoros mas profundos que guardamos para seguir atados a un pasado que no creemos tan perdido, tan lejano o tan irrescatable, para mantener la esperanza de mantenerlo vivo.
No hay peor muerte para un recuerdo que la total indiferencia de poder hablar del tema como si cualquier cosa; utilizarlo como ejemplo, como se usa cualquier referencia; o tener la capacidad de poder hacer regresar de la muerte mucha veces tal o cual historia, como quien cuenta una historia ajena.

Aunque es también muy importante decir, que  no hay peor indiferencia que llegar al punto en el que incluso contar esa historia te llene de una flojera tal (pues la  has contado tantas veces, se ha inmolado deforma tan constante en el altar de los sacrificios), que tal vez prefieras cambiar de tema para encontrar algo digno de que hablar,  para evitarte un consumo innecesario de saliva, misma que bien podrías usar para expresar tu amor por alguien que hoy en día, te quita las palabras de la boca…  o tan solo para humedecer los dedos y poder dar vuelta a la página con mayor facilidad.